El ascenso de nuevas potencias en la jerarquía internacional no significará necesariamente una creciente inestabilidad o una mayor inseguridad global, toda vez que la historia recoge los casos de transiciones de poder internacional que ocurrieron de forma pacífica, como ocurrió durante los inicios del siglo XX cuando Estados Unidos desplazó a Estados Unidos como economía dominante en el globo terráqueo. Es muy probable que la inclusión de los países emergentes en la élite mundial no altere de forma traumática el orden internacional establecido, debido a que esos Estados no intentan exportar al resto del mundo sus instituciones políticos, sino que buscan una mayor influencia económica global.
Por uno de esos vaivenes cíclicos del comportamiento de la economía global y la incidencia de factores geopolíticos (cambios de estructuras gubernamentales con un contenido de políticas económicas basadas en el liberalismo) se ha estado registrando un enlentecimiento del ritmo de crecimiento de los países emergentes. Lo que sí está a la vista de todos los organismos internacionales y economistas futurólogos es que la economía mundial se encuentra viviendo una fase de transición donde se observa el declive económico-político de Estados Unidos y la fuerte emergencia de China como nuevo motor impulsor del resto del mundo, lo que se traducirá dentro de la tercera década del presente siglo en el nacimiento de una ruta asiática que incidirá en la formulación de un nuevo orden económico-político global. Porque así ha sido la historia del discurrir histórico-social de la humana: nacimiento, expansión y desaparición de potencias político-económicas que van cediendo pasos a nuevos actos dentro del escenario político-económico internacional.
El empuje Asia-Pacífico
El siglo XXI ya ha sido bautizado como el año de la región Asia-Pacífico, y en especial de China, dentro del mapamundi contemporáneo. No fue un acto de emoción la declaración formulada en 24 de julio de 2017 por Christine Lagarde, quien hablando como como la directora gerente del FMI señaló que sede central del organismo crediticio internacional “podría trasladarse a China en una década como reflejo del creciente peso del gigante asiático”, afirmando que “si tenemos esta conversación dentro de 10 años, podríamos no estar sentados en Washington. Lo haremos en nuestra sede central de Pekín». Lagarde señaló que la mudanza es una «posibilidad» ya que los estatutos del FMI señalan que la sede de la institución debe ubicarse en la principal economía mundial.
En el entorno del año 2025, el sistema de relaciones internacionales será totalmente diferente del sistema actual, ya que la globalización económica habrá adquirido toda su dimensión, se habrá completado la emergencia de los nuevos actores mundiales, la transferencia de riqueza y economía del oeste hacia el este será una realidad. Por otro lado, el océano Pacífico será el centro de gravedad estratégico mundial, mientras que la influencia de los sujetos no estatales habrá alcanzado una posición privilegiada. Los economistas esperan que China supere a Estados Unidos en cuanto a Producto Interno Bruto (PIB) nominal, sin efecto de la inflación, para el 2030.